El cine y la ciudad: Roma (II)


La grande bellezza (Paolo Sorrentino, 2013) es como la misma Roma: excesiva, virtuosa en su técnica, barroca en su imaginería, múltiple en sus referencias y compleja en su esencia. Y a la vez, transparente como una fuente romana; y abierta y llena de aire. Es una película, literalmente, pegada a una ciudad. El juego de espejos entre la película y la ciudad es brillante: la película sólo puede tener ese fondo y esa forma cinematográfica porque ese es el fondo y la forma de Roma. Siempre, según Sorrentino.

La escena inicial ya lo deja bien claro. La cámara exhuberante y acelerada de Sorrentino se mueve ágil por el Gianícolo, mirando al Trastevere y a toda la ciudad: la presencia abrumadora, de la historia, del pensamiento, del arte, que atraviesa siglos y milenios y te aplasta con su peso, que te asfixia - ese calor también- y te atosiga de puro atragantamiento, de atracón de belleza. La ciudad, como el protagonista de la película, Jep Gambardella, no es capaz ni de soportarse a sí misma y se hunde en una decadencia elegante y que acumula pátinas del tiempo como una manera de demostrar lo que fue y lo que es, lo que podría ser.

No sabemos si el turista se desmaya por agotamiento o por un súbito Síndrome de Stendhal. Las dos cosas son posibles en Roma; y las dos opciones son posibles viendo La grande bellezza.

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