Plano picado

Pocas ciudades contemporáneas resisten una visión desde arriba. Caminando por la ciudadela de Ibiza, la visión hacia el Norte ofrece una imagen contenida y controlada, armónica. Paradójicamente, no hubo nadie que la controlara; su arquitectura es eminentemente vernácula, hecha en gran parte y en origen sin arquitectos. Continué dando la vuelta al recinto amurallado, en un paseo de una belleza que quitaba el aliento, y, al girar hacia el Oeste, apareció la ciudad del siglo XX y XXI; una visión caótica, de apariencia desordenada, incomprensible, ilegible, directamente fea. 


La arquitectura vernácula produce, de una manera natural, lenta y con el paso de las generaciones, visiones e imágenes más ordenadas, más atentas el medio, y, desde luego más bellas. Sus mecanismos, que en estos tiempos estoy estudiando con detenimiento, tienen algo de misterioso, de primitivo, pero también de sabiduría acumulada y de sencillez de planteamientos (si es que puede hablarse de planteamientos en esta arquitectura). Por el contrario, la ciudad del siglo XX, donde han intervenido arquitectos, urbanísticas, políticos y agentes varios con todo tipo de intereses, donde se han sucedido planes, proyectos, exposiciones públicas, debates, etc...deja una herencia triste en la mayoría de nuestros cascos urbanos.

Un amigo norteamericano me decía hace poco que le maravilla la belleza de nuestras ciudades, pero sólo en los cascos históricos convenientemente conservados; el resto de nuestras ciudades le parecían realmente desastrosas. Y tuve que darle la razón.

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