Visité Palma de Mallorca no hace mucho. La intervención en el Paseo de Ronda, de Martínez-Lapeña y Elías Torres (recuerdos de años de escuela y revistas de aquella época), tan anclada en la raíz del lugar, tan atenta al sitio y a su historia, tan culta, disfrutable y abierta, es un buen ejemplo de cómo se ha intervenido en el casco de Palma en los últimos tiempos. Hasta donde tuve oportunidad de disfrutar en mis paseos por esa zona de la ciudad, todo me pareció natural, nada destacaba ni gritaba. Y, sin embargo, Palma me pareció abierta y en movimiento permanente, en forma y fondo.
Y me recordó, por contraste, a Sevilla; uno, desde luego, mira con ojos más críticos lo que conoce mejor, pero pensé que Sevilla es una ciudad tan acabada en su modelo, tan "perfecta", tan ensimismada en sus formas, que no admite con facilidad nuevas imágenes. Algo así como un organismo vivo que no asimila bien las nuevas inserciones, que detecta el cuerpo extraño y lo termina expulsando, como una respuesta automática. Quizás esté equivocado y, simplemente, es que no hemos tenido demasiada suerte con los arquitectos que han proyectado y construido determinadas intervenciones en la ciudad, o con los políticos y técnicos que las han planificado, o con los momentos en los que se ha decidido actuar....pero siento que hay algo más: es la propia ciudad, tan cerrada y entregada a su propio mito urbano, la que no permite entrar al extraño, acceder a su intocable corazón, ni apresar su espíritu. Es la ciudad, que ha depurado sus formas y ha creado, de manera en parte artificial, una imagen romántica y legendaria; pero también somos los ciudadanos, que hemos construido un imaginario colectivo (no sólo el imaginario local) que ha entendido la ciudad como terminada y redonda. Y así seguimos.
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