Estamos “al final de la escapada”, en el final de un ciclo; la
sostenibilidad puede formularse como un problema de solidaridad
intergeneracional y, en ese marco contemporáneo, el arquitecto tiene una clara
responsabilidad; responsabilidad en lo que ha pasado y en lo que está por venir.
Aljarafe, 2010 – Google Earth
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La degeneración urbanística que se ha producido en nuestros territorios,
por ejemplo, no habría sido posible sin la colaboración cómplice de los
arquitectos. Ciñéndonos a un ámbito cercano, el deterioro del territorio
metropolitano de Sevilla, y la generación de una ciudad “hiposignificante”
frente a la ciudad histórica, debe convencernos de que no es necesario generar
más ciudad en esa línea, de que es mejor “gestionar y no proyectar nada nuevo”.
La importación de modos de urbanizar norteamericanos nos ha conducido a un
punto casi de no-retorno; en las zonas ya urbanizadas mediante estos modelos,
la implementación técnica puede paliar en parte las consecuencias negativas más
inmediatas de esta forma de crecimiento descontrolado: nuevos modelos de
transporte y comunicación, gestión adecuada del agua, incorporación de energías
renovables, reducción de combustibles fósiles…Las implementaciones técnicas
pueden tomar un papel dinamizador, incluso colaborador en la toma de conciencia
ciudadana, convertirse en una punta de lanza del pensamiento sostenible, que
abra camino a formas de repensar y formular nuevos modos de habitar. El
arquitecto debe ser un agente al que no le basta con intentar repensar, ayudado
por otras disciplinas, una nueva forma de habitar, sino como un actor que
aporte y reponga el mal causado; como se indica en “Cradle to cradle” (Michael Braungart y William McDonough), no basta con procurar que nuestros
edificios no produzcan CO2: debemos ir un paso más allá e intentar que nuestros
edificios fijen CO2. Superando la normativa, con un pensamiento de más largo
alcance.
(Reflexiones a partir de las clases del MCAS 2011-2012)
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